No se dejan huellas: Carta a Mara Catalan para su Fotolibro 'Williamsburg: A place I once called home'

Laura Waddington'Williamsburg: A place I once called home' by Mara Catalan, Red Hook Editions, New York 2018. pp. 148-9.

Traducido del ingles por Annuska Angulo
 
Estambul, febrero 2013
 
Querida Mara,

Tengo un fax descolorido que me mandaste desde la selva de Chiapas. Con los años las palabras que escribiste se han fundido en el papel amarillento, así como la foto del Subcomandante Marcos en su caballo y tú dándole la mano, sonriendo. Ahora sólo se ven contornos, formas, y en unos pocos meses creo que ya no se verá nada.

¿Te acuerdas cómo empezó? Era 1993. Yo llevaba un año viviendo en NY. Tarde, una noche, llamó una mujer. Me dijo que se llamaba Crystal y que era una productora de música rap. Había leído un flyer que yo había dejado en la tabla de anuncios de una productora de cine y que describía una película que yo quería hacer. Me dijo que le encantaba mi idea, y que le recordó a una historia que un ingeniero de sonido le había contado sobre una joven fo­tógrafa española, maravillosa, que trabajaba en una de las pelis de Hal Hartley. Me dejó el número del ingeniero de sonido para que pudiera encontrarte. Me dijo: “Tienes que conocer­la. Tengo la intuición de que van a ser grandes amigas.”

Vivías en la esquina. Apareciste en mi departamento, fumando y riendo, sostenindo un libro desbordado de fotos que se te iban cayendo por el suelo: imágenes sueltas de gente en calles peligrosas, olvidadas, o de un paseo alegre en carroza por el Central Park con los Leningrad Cowboys con sus zapatos puntiagudos … Nos veíamos casi todos los días. Hicimos una serie.de historias con fotos para una película, tejiendo narrativas por la ciudad. Me di­jiste que estabas empezando a pensar en las fotos como historias.

Unos meses después, te mudaste de la panadería East Village, con sus ratas y heroinómanos, para compartir un garaje junto al río en Williamsburg. Construiste un cuarto oscuro y un taller con maderas, y arriba hiciste tu casa.

Cuando pienso en esos años, pienso en la felicidad: las calles vacías alrededor de la Norte 1, días de verano en el tejado; tu voz desde el cuarto oscuro, gritando historias; Patro saliendo por la ventana, mirando durante horas aquellas naves abandonadas; la perra Rita; ratoncitos escalando por las patas de la mesa.

Por la noche, caminabas durante horas con tu cámara por las calles desiertas y los lotes abandonados, con una piedra en la mano para mantener lejos a cualquier extraño, haciendo visitas espontáneas a los amigos. Te enamoraste del barrio persiguiendo la belleza frágil de los edificios industriales destruidos, las ventanas rotas, camiones ruidosos, encuentros extraños.

Me acuerdo de una fiesta que hiciste, a la que llegó gente sin invitación, gente hermosa, de todos los lugares, que llenaron la calle de baile hasta el amanecer; de paseos en el Cadillac destartalado; de barcos que pasan; del viejo músico flamenco; de todo lo que nos diver­timos sacando fotos, haciendo películas, ayudándonos mutuamente. Dices: “cuando te recuerdo en esos tiempos, cada día era una nueva aventura.”

Años después, tomabas el metro en dirección a Manhattan cada noche, y caminabas a la sala de edición donde yo estaba trabajando, agotada, para lograr llegar a la fecha de entrega. Sentada en una esquina al fondo de la sala, me mostrabas fotos durante mis momentos de des­canso; tus manos se movían ilusionadas por las hojas de contacto, contando historias, rien­do, tus pulseras sonando. En algún momento de la noche, me hacías acostarme en el sofá. Me sostenías la mano mientras yo me dejaba ir por el sueño, y me despertabas unos minutos más tarde. Te quedabas sentada en silencio mientras yo trabajaba; nunca dormías para no dejarme sola en mi agotamiento.

Por la mañana caminábamos al metro. Esto fue un poco antes de irme de Nueva York y todavía puedo verte ahí, encaminada a tu casa para tomar fotos de las calles que amabas, un cigarro colgando de la boca, un chal mexicano, lo único que te protegía de la nieve, y en tus ojos la euforia por haber conseguido sobrevivir otra noche sin dormir y porque nos volveríamos a encontrar unas horas más tarde hasta que mi película estuviera acabada. He ilevado esta imagen conmigo a todos los lados. Para mí es la imagen de la amistad.

Hojeo las páginas del libro; un paseo largo, brumoso, por los días y noches antes de que demolieran el garaje y las naves abandonadas de la Norte 1, de que construyeran condominios de lujo, antes de que se dispersaran los amigos. Qué suerte tuvimos …

“Qué decir de las amistades apasionadas que necesariamente se confunden con el amor, y sin embargo son otra cosa, de los límites entre el amor y la amistad… los que viven vidas estándar no pueden entender esto. Las fechas se sobreponen. Los años se funden en uno, la nieve se derrite, los pies vuelan, no se dejan huellas.”1

En mi imaginación, le doy tu libro a Crystal.

Love Laura xxx
 

[1] Jean Cocteau, Opium

‘No se dejan huellas: Carta a Mara Catalan para su Fotolibro ‘Williamsburg: A place I once called home’, Red Hook Editions, New York 2018. pp. 148-9.